73. LOS BILBAINOS

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Aunque lo tenía pensado desde hace mucho tiempo, he tardado en ponerme a redactar este post porque me imaginaba que al hacerlo iba a traspasar una raya decisiva o un límite esencial en la historia de Anguciana. Podría decirse que hay un antes y un después de la llegada de los veraneantes al pueblo y de que, finalmente, Anguciana se convirtiese en un pueblo de veraneo, en un pueblo de veraneantes. Por hacer más castizo el paso de esa raya, le he puesto al post el nombre con que los del pueblo les llamábamos a los veraneantes: “los bilbainos”, acentuando la palabra en la “a”, que es como lo decíamos en el pueblo, y no en el diptongo, que es como manda la Academia que debe decirse.

Varios son los “bilbainos” que me han escrito tras haber encontrado este blog, y la mayoría con más agradecimiento y afecto al pueblo si cabe que los propios oriundos. Uno de los primeros post de este blog, el n. 11 JAIME MARIN , ya lo dediqué a uno de los primeros “bilbainos” que vinieron a veranear a Anguciana, y que en su doble amor al pueblo y a la fotografía, seguro que captó incontables veces el uno con la otra (aún estoy deseoso de encontrarme algún día con él y ver su archivo). Luego han ido apareciendo aquí algunos “bilbainos” famosos, como el árbitro internacional Juan Gardeazábal, o en las fotos de grupos, como por ejemplo al mencionar las chopas de la carretera o al poner algunas de las fotos que me pasó Miguel Angel Marcotegui. Pero el hecho incontestable de mi deuda para con los “bilbainos”, o de mi deuda para con el pueblo, no es otro que el de que... ¡yo mismo me acabé casando con una “bilbaina” que vino a Anguciana a veranear!. Esa si que es gorda, dirán quienes hayan leído este blog y no me conozcan. Ese sí que es el límite o la raya que algún día tenía el autor que cruzar. Pues sí, así es: Anguciana dejó de ser un pueblo cerrado en su historia y en sus formas cuando llegaron los "bilbainos", y cuando..., mira por donde, mi vida quedó dividida entre los recuerdos juveniles del pueblo y la vida adulta fuera del pueblo junto a una bilbaína... a la que conocí en el pueblo. Y por si eso fuera poco, también mi hermana Mercedes se casó con un “bilbaino”... de Elorrio, cuando se le ocurrió venir por el pueblo a pasar unas semanas de descanso en sus mejores tiempos de gloria futbolística.

Pero antes que empezar a traer aquí a gentes, familias, cuadrillas, casamientos y todo eso, que también podría constituir parte de esa OTRA IDEA DEL PUEBLO, de la que hablaba hace unos cuantos post, y de las que yo apenas sé nada, quisiera empezar por referirme a lo más genuino de este blog, es decir, a la arquitectura, a la configuración del pueblo. Y por ello lo he abierto con la foto de la casa que para mí es todo un emblema de la llegada de los “bilbainos”, con la casa que es para mi todo un monumento a ese momento de cambio en el pueblo, una casa que si desapareciera seguro que me haría llorar tanto como la desaparición del kiosko y los árboles de la plaza: la villa San Ignacio, la casa de los “Bascaranes”, o como la llamábamos con ese gracejo de los motes que pone la gente del pueblo, “el chalet de goma”, pues en él se metían ni se sabe cuantas familias a pasar sus primeros veraneos en Anguciana.

La llegada de los “bilbainos” trajo consigo a Anguciana la aparición de los “chalets”, ese tipo de casa tan ajeno a la economía urbana y rural del propio pueblo; y casi a la vez que los chalets, los bloques de pisos o apartamentos con alturas desproporcionadas y muy superiores a las de todo el caserío. El primer ensayo en masa de lo uno y de lo otro, de los chalets y del bloque, se hizo en la despoblada Oreca, habitada hasta entonces en solitario por Alejandro Barrio (el cojo de Oreca, de quien ya hemos hablado varias veces) y familia. No creo tener fotos de aquellos primeros años de construcción en Oreca, por lo que la foto que aquí pongo es de 1978, cuando además de los chaletitos y el bloque de Urcullu, ya se ven otras promociones de chalets como la de Miguel, el de Durango, o varios de los primeros chalets individuales.



Dentro del caserío vendrían luego las promociones de Miguel Llorente en las Callejas y las de Manolín Samaniego con sus Piscinas al fondo de la calle Arriba, dándole al pueblo una media vuelta en su configuración de la que aún no se ha repuesto, ni ha asimilado o integrado bien, y además ya nunca lo hará, porque visto desde la perspectiva de la arquitectura, el salto entre el modelo de las calles y casas rurales y los nuevos tipo de vivienda y de promociones fue brutal. Menos mal que para compensar..., el encuentro entre los del pueblo y los “bilbainos”, fue en algunos casos (como el mío...) mucho más amoroso y feliz. Seguiremos con ello.
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(11oct10)