47. LAS GALLINAS



Este par de fotos de mi hermana mayor rodeada de gallinas es todo el recuerdo gráfico que tengo de nuestra convivencia con esa fuente de alimentación tan próxima y vital. Bajar a por huevos al gallinero del patio es uno de los recuerdos más lejanos de mi vida: el calor que desprendían los huevos entre la paja después de haber espantado a las gallinas o incluso con ellas encima es una de esas sensaciones largo tiempo olvidadas que vuelvo a experimentar ahora gracias a la escritura del blog. Como también recuerdo la ausencia de cualquier sensiblería cuando, con gran habilidad, la Ezequiela les retorcía el pescuezo a los pollos, capones o gallinas, y los desangraba antes desplumarlos, allí mismo, debajo de la galería.

Con las gallinas había siempre un coro desafinado de cantantes en casa, y con el gallo, despertador. Además nos permitían tirar al patio, directamente por la ventana de la cocina, cualquier tipo de peladuras o de restos orgánicos. Reciclaje directo sin tanta bolsa y separación de basuras.

De todos modos el recuerdo más vivo que me trae aquel pequeño gallinero de casa es el de un dicho que me impresionaba mucho y que relacionaba nuestra crianza con las gallinas. Cuando un niño nacía débil o enfermizo se solía decir: “ése no subirá al palo” aludiendo a que cuando los pollos o las gallinas consiguen subir a los palos del gallinero es que han alcanzado su madurez.

Muchos años después supe lo que era la etología y descubrí a uno de sus fundadores, Konrad Lorenz, pero sus teorías siempre me parecieron más frías que mis recuerdos. Y eso que, como ya he dicho, los animales no son un mundo que me atrajera mucho.



(21jn08)