6. LA IGLESIA



Aunque hemos empezado este blog por la plaza, las escuelas y el ayuntamiento, no podíamos retrasar por más tiempo la presencia de la iglesia en el pueblo, que en todo caso ya veíamos a la derecha en la foto de la Presentación (1).

La posición de su torre al fondo de las dos plazas era (o es) como una especie de atalaya o de vigía de toda la vida del pueblo. Y el sonido de sus campanas, además de marcar el horario de la jornada o la alegría de los domingos y de las fiestas, el día menos pensado marcaba también con un fúnebre y lento toque (tin tin, tan tan, tin tin, toc toc) la muerte de algún vecino (no sé si aún se hace aquel trístisimo repique).

Originariamente la torre de la iglesia era bastante más chata que como la vemos ahora. La fotografía de arriba es de 1921. En realidad es una fotografía de una fotografía que yo hice en 1969 de un original que no recuerdo dónde lo pude ver o encontrar. Es posible que en la foto original se viera algo más de los laterales, pero no estoy seguro. En todo caso se puede ver que en la plaza de los edificios “civiles” (o sea, la plaza de la Constitución, la de las Escuelas y el Ayuntamiento) aún no había ni árboles, ni kiosko, ni bancos. No conocí al cura de antes de la guerra, un tal don Isidoro que según me contó mi padre era de la Villa de Ocón y vino a Anguciana después de haber sido párroco en Treguajantes. Y creo que tampoco he visto ninguna foto de él. Murió en el propio pueblo a finales de los cuarenta o comienzos de los cincuenta.


El nuevo cura párroco, don Gregorio Ichaso, de origen navarro (y del que sí veremos fotos más adelante), entró con ganas al pueblo pues al poco de llegar elevó la torre nada menos que dos cuerpos, creando un balconcillo balaustrado donde antes estaba la cornisa. Nunca he sido lo suficientemente curioso para saber quién fue el arquitecto que hizo semejante chirlo, pero como por esos años el arquitecto de la diócesis era Agapito del Valle, bien pudo ser él. Sobre la elevación se colocó una esbelta veleta que no duró mucho porque estando yo en la Escuela, allá por el año 1962, un ventarrón la tiró una noche, y aún recuerdo las exclamaciones de la gente al verla rota y tirada al pié de la torre: ¡qué grande era! ¡de haber caído por el día y haber pillado a alguien lo hubiera matado! etc.

En esta segunda foto se puede ver también el riachuelo o acequia que separaba las dos plazas y en el que los chiquillos nos lavábamos las manos antes de entrar en la Escuela. Aunque en la parte derecha de la foto puede verse a un niño agachado junto al río, el lugar donde nos lavábamos las manos no era ése, sino justamente en el lado izquierdo, bajo la Escuela.

La última diferencia notable entre ambas fotos, (1921 y h. 1953) es la presencia, bajo la torre, de esas dos hermosas acacias de bola que además de adornar el fondo de la plaza, han proporcionado (y aún proporcionan) una buena sombra a quienes no entran en la iglesia y esperan fuera la salida de alguna ceremonia.

(12mr2008)